[Continución y final de: Historias Pasadas (I)]
Una lágrima se asomaba a sus verdes ojos cuando aquél abrazo llegó a su fin. El silencio se acomodó entre ambas mientras que fuera la lluvia repiqueteaba en los cristales; al menos algo irrumpía esa sensación de que todo estaba en el aire, flotando.
Ella se sentó en el sofá dejando reposar todos sus temores e inclinó su cabeza con un gesto de cansancio mientras que yo deambulaba por el desván. Me apoyé en la pared y la observé detenidamente. Un mechón de pelo caía por su frente y su mirada estaba perdida navegando en inmensos mares sin islas dónde naufragar. Quise inundarla de preguntas y de reproches pero había algo dentro de mí que soñó tanto con ese momento que no quise estropearlo. No. Más no.
Me sentí débil e insignificante mientras hacía un fugaz repaso de todas aquellas noches en las que abrazaba mi almohada imaginando que era ella; otras, me sentaba al borde de mi cama y hablaba con el aire que me rodeaba creyendo, ilusa de mí, que al abrir mi ventana mis palabras no quedarían volando sobre nuestras diminutas cabezas sin un rumbo fijo, sino que irían ágiles a parar en sus oídos mientras ella dormía.
Cada una andaba perdida en sus difusos pensamientos cuando se rompió el silencio.
- Gracias por venir... - dijo ella mientras levantaba la cabeza y clavaba sus grandes ojos en mí.
Tantos, tantos años sin oír su voz hicieron temblar todos esos cimientos sobre los cuáles construí mi mundo sin ella. La dulce melodía que salió de su boca me cautivó y me hechizó tanto que incluso cerré los ojos intentando repetir ese momento; pero de tanto usar durante años aquel artificio de imaginación y recreación absoluta, éste terminó por deteriorarse.
Ella esperaba ansiosa una respuesta por mi parte pero lo único que hice fue agitar la cabeza como signo de aprobación. ¡Maldito orgullo! Me maldije por no saber controlar esa arrogancia de la que tanto pecaba años atrás; me mordí el labio inferior para no girtar y sacar todo el odio que poco a poco me iba consumiendo entre llamas de rencor e ira.
- Sé que ya no soy nadie para robarte tu tiempo de esta forma tan... como diría... ¿absurda? Sí, eso es, absurda. - se levantó del sofá y sacó algo de su pantalón. - Parece mentira que tenga treinta y nueve años, y quiera seguir enfrascada en juegos de crías, ¿verdad?
El tono sarcástico de sus últimas palabras avivaron aún más las llamas que me roían por dentro sacando a la luz todos esos reproches que intenté esconder tras miles de murallas.
- Echaba de menos ese humor negro con el que impregnas las palabras incluso en las situaciones más... ¿absurdas decías, no? - Intenté morderme la lengua y retroceder unos pasos, pero fue inútil. - No me estás robando el tiempo, me lo estás regalando. Durante estos años lo único que hice fue malgastar mis energías en batallas sin sentido entre mi cabeza y... los recuerdos; los tuyos, los nuestros... Si quieres jugar, juguemos; no tengo nada mejor que hacer, ya he perdido veintiún años, no importa perder unas horas más.
La claridad que la pequeña lámpara daba al desván iluminó un poco su verde mirada y un brillo nostálgico empañó sus ojos. Su cuerpo estaba rígido intentando nos sucumbir a sus deseos de derrumbarse y caer rendida al suelo a suplicar cientos de perdones y disculpas; pero una mueca de dolor e inseguridad se dibujó en su cara cuando me tendió algo que antes había sacado de un bolsillo del pantalón.
Estiré mi brazo y cogí aquel papel que me tendía, no sin antes rozar tímidamente su aterciopelda piel. Una leve sacudida recorrió mi espalda y me hizo cambiar de posición en el sofá. Una foto. ¿Qué tenía de especial? Me resultaba familiar ese lugar, sí... removí por todos los rinconces de mi memoria intentando encontrar por algún lugar algo que encendiera una pequeña chispa para dar con un recuerdo olvidado. De repente quise creer que aquella foto me mostraba esa casa que antaño fue el origen de todos nuestros temores; pero habían pasado tantos años que, inmediatamente, borré ese deseo de mi mente.
- Veo que al menos tú pudiste olvidar momentos de nuestra niñez; yo sigo viviendo con ellos, y de vez en cuando de ellos... me dan aliento para mantenerme viva cada día.
- No, te equivocas. Sé perfectamente qué lugar es ese; la casa en la que por primera vez en mi vida sentí cómo el miedo corría por mis venas. - La dureza de mi última frase causó un leve terremoto entre ambas y ella giró bruscamente su cabeza con intención de reprenderme.
- Pues sigue en pie. Cuando me marché - palabra que inyectó de furia mis ojos - no supe en qué lugar ocultarme. Pensé en venir aquí, pero era demasiado arriesgado, sabía que el primer lugar dónde vendrías a buscarme sería este; demasidos recuerdos de las dos confinados entre estas cuatro paredes.
Creí notar cierta burla en sus palabras. En ese momento maldije todas esas tardes en las que ambas nos confundíamos con la otra, éramos tan iguales... y ahora tan distintas que no sabía si atacarla con dardos envenenados o apaciguar mi interior. Opté por lo primero.
- Claro, y tenías que marcharte justo el día de mi dieciocho cumpleaños, robarme mis ilusiones de encontrarte al otro lado y... ¿por qué no? Huir cómo una cobarde. - Mis ojos se ahogaron entre mis saladas lágrimas y la voz poco a poco se me iba entrecortando. - Y ahora apareces años después, interrumpiendo la paz con la que llevaba conviviendo más de dos décadas, ¿por qué ahora, dime, por qué?
Sus ojos estaban abiertos de par en par, parecía sorprendida por la fortaleza con la que pronuncié aquello.
- ¿Paz? Tendría que haberlo supuesto; el transcurso del tiempo pasa para todos... incluso para los corazones que antes eran jóvenes e inexpertos. Imagino que tantos años cambian a una, sí... no tenía esto entre mis planes.
- ¿Qué planes? - Un gran signo de interrogación se dibujó en mi cara.
- ¿De verdad quieres que te responda? Mírate, toda una mujer; casada imagino, con una preciosa casa en el centro de la ciudad condal, como siempre soñaste, con un buen trabajo, con un luz extraña en tus ojos, ¿de felicidad? Sí, no lo dudo.
Llevo observándote un tiempo, apenas llevo aquí unas semanas, pero no fue nada fácil dar contigo. Volví a este desván y lo encontré destartalado; como siempre estaba... la mesa, las estanterías, las sillas... todo lleno de polvo. Ni rastro de tí. - De repente se calló y aproveché para hablar.
- Siempre llegas tarde, ¿no lo ves? Volviste a mi vida hace una semana sin apenas avisar, tu cobardía llegó a tales límites que escapaste y corriste calle abajo para que no te viera; pero ya no soy una estúpida adolescente.
- ¿Sabes cómo te encontré? Esperé que cumplieras ese sueño de ser periodista y compré todos los periódicos en ese quiosco donde de pequeñas comprábamos golosinas. Leí artículos, columnas y ¡zas!; ahí estaba tu nombre firmando un artículo. Llamé a la redacción del periódico, pero nadie pudo facilitarme tu dirección. Sólo me quedaba una cosa por hacer, esperarte en la puerta de tu trabajo.
- Sí, cumplí ese sueño; comprenderás que después de que te fueras y me arrancaras de cuajo algunos de ellos intentara hacer realidad al menos ese. - No podía cambiar ese tono de voz acusador con el que pronunciaba cada frase.
- Sé perfectamente lo que estás pensando, aunque no seas una estúpida adolescente como antes dijiste, aún tus ojos hablan por tí. Quieres saber por qué me fuí, ¿no es eso? - Una sonrisa burlona se dibujó en la cara.
- Claro que quiero saberlo, por eso estoy aquí.
- Bien - Titubeó levemente, se apoyó en la mesa y comenzó - Tuve miedo, se que pude escoger cualquier día para marcharme de aquí y desaparecer de tu vida pero elegí ese. Veinte minutos antes de las doce de la noche de aquel día, estaba sentada en el rellano de tu puerta, sientiendo el calor que salía por debajo, tarareando al otro lado la música que estabas escuchando... Quise llamar al timbre, llenarte de besos y de abrazos, ser valiente y mirarte a los ojos y decirte todo aquello que guardaba tan secretamente dentro de mí y que tan siquera tú fuiste capaz de advertir. Pero no puede, se que si abría la boca irremediablemente te separarías de mí.
- ¿Por qué iba yo a separarme de tí? Me parece absurdo que llegaras a pensar eso... ¿de verdad te fuiste por eso? Sabes que jamás te hubiera dejado sola, ¡si eras toda mi vida! - Quise decir más cosas pero un susurro suyo me hizo callar de repente.
- Yo no te quería como alguien quiere a una amiga. Yo te amaba, ¿sabes lo que significa eso? Llevaba meses luchando contra deseos prohibidos, estaba confundida. El dolor me hizo incluso llorar lágrimas de sangre... ¡entiéndeme! No pude ser valiente, jamás lo fuí.
Se levantó de la mesa en la que estaba apoyada y me dió la espalda.
- Otra vez tarde. Vienes tarde, dices las cosas tarde... ¿acertarás algún día?, ¿me dirás o harás algo a tiempo? - Me quería, pero eso era hace años, y yo... yo seguía enamorada de ella. - Si no eres valiente, ¿por qué has vuelto? - Me arrepentí de formular esa pregunta así, tan a la ligera; temí escuchar de sus labios que ya no me amaba.
- Demasiadas preguntas. He vuelto a por tí, sé que es tarde, que tendrás una preciosa familia que te estará esperando en casa siempre; pero sabes que yo estoy sola en este mundo. Tan solo me quedas tú. - Se acercó y me cogió por la cintura delicadamente.
Nuestros cuerpos estaban rozándose y no supe si aquel era el momento adecuado para dar rienda suelta a mis pasiones.
- Te equivocas, nadie me espera en casa, ni un marido, ni un hijo: nadie. - Ahora o nunca, esta era mi oportunidad para renunciar a mi falso orgullo. - Durante años me embriagué con el dulce olor de varios hombres, rocé sus pieles hasta la extenuación, besé desesperadamente labios creyendo que eran los tuyos, reposé mi cabeza en el pecho de hombres que llegaron a amarme como una mujer completa. Les miré con deseo intentando aplacar mis sentimientos hacia tí, abracé con fuerza y me perdí entre brazos protectores.... gasté demasiadas noches en camas ajenas. - Respiré hondo. - ¿Ahora me entiendes? No tenías que haberte marchado... ¿Es tarde?
Sus ojos desbordaban una alegría inmensa y se llenaron de lágrimas que empañaban sus verdes ojos. ¿Cómo explicar lo que ambas sentíamos en esos minutos interminables?, ¿cómo repimir los deseos de fundirnos en un solo ser?
- Nunca es tarde. Perdóname. - Bajó la cabeza avergonzada, un tímido rubor tintó sus delicadas mejillas.
- No hay nada que perdonar; el tiempo pone cada cosa en su lugar, tan solo debemos recuperar el tiempo perdido, compartir esas noches de lluvia y de tormenta que tanto he anhelado estos años. - Me acerqué a ella, sostuve su cabeza entre mis manos y susurré algo a su oído: - Te quiero... gracias por devolverme la vida.
En ese momento ella selló mis labios con un tierno beso, todo lo que nos rodeaba comenzaba a girar a gran velocidad, cientos de mariposas anidaban por mi cuerpo. Quise que el mundo frenara y poder conservar ese instante en mi frágil memoria durante mucho, mucho tiempo.
FIN
2 comentarios:
Me alegro de que me hayas encontrado, yo pensé que ya te había perdido dentro de este mundo "virtual".
Un beso dulce
Genial, sólo como tu sabes escribir chica, espero que sigas así, y yo te pueda seguir leyendo. Bess
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