28 de septiembre de 2008

Puntos suspensivos

A ella le encantaba el chico de la tienda de enfrente. Alto, enclenque, con pantalones caídos, camisetas gigantes y una mirada perdida y vacía que no decía nada. Ella decía que era irresistible, yo, en cambio, jamás me hubiera fijado en él, no porque no fuera mi tipo, sino porque era esa clase de gente que parece que pasa de puntillas por la vida, sin hacer ruido, sin molestar. Ella era todo lo contrario, es un punto de luz y color en una tarde monótona de trabajo. De piel morena, autocrítica con su imagen, bailarina frustrada y futura actriz de teatro, de cine no, porque como me dijo "ahí no puedo curtirme como tal". Sencillamente no sólo vendía bolsos como si en ello le fuera la vida, vendía sonrisas y quizás, sin que ella lo supiera, me regaló algo que a día de hoy no olvido.

Se moría por sus huesos pero su mirada miope le impedía verle a través del escaparate.

- Mira tú, anda, que cuatro ojos ven más que dos, a ver si me mira".

Cuatro ojos miopes y con astigmatismo no fueron capaces de estudiar la trayectoria de su mirada pero fueron ese impulso que ella necesitaba.
Un trozo de papel guardado en la caja registradora fue la excusa perfecta para concertar una cita, quizá desastrosa, tal vez el principio de algo que no se cómo terminó.
Esa tarde de agosto no necesitábamos cambio, casi nadie entró a la tienda y había monedas y billetes de sobra en la caja. Sin embargo, un billete de cincuenta euros y su color anaranjado rompía la gama de colores azules, rojos y grises.

- Vamos a quitarnos ese billete de en medio, ve a pedir cambio.

Puro teatro. Eso fue lo que hicimos durante hora y media, yo era él y ella, ella misma, menos nerviosa pero temblando por dentro.

- ¿Voy ahora? ¿Me está mirando?
- No sé, creo que sí.
- Qué vergüenza. Mejor lo dejo. Es que mira que cosa más absurda he escrito en este trozo de papel: "¿Te tomas una coca-cola después del curro?"
- Mejor pon refresco, que es más general, o por algo, simplemente. ¡Ah! y pon puntos suspensivos tanto al principio como al final, que pone intriga a la frase.
- ¿Así? Bueno, voy a ello.
- Venga. Una, dos y ¡tres! ¡Ve!

Andaba como un robot, tiesa y rígida. No podía parar de reirme por dentro.
Pidió el cambio y dejó el papel encima del mostrador. Corrió hacia la tienda como cuando una niña pequeña se cae del columpio y va hacia su madre creyendo que ella va aliviar su nerviosismo. Se escondió detrás del mostrador y empezó a gritar mientras dos clientas asustadas se miraban ojipláticas.
Él no tardó ni cinco minutos en contestarla un "claro que sí". Y así siguió todo. Creo que hubo una noche de besos mientras veían una película en el sofá y otra en la que durmieron juntos pero no revueltos.



Esta historia se la conté a él. A tí. Sentados en un banco de Plaza de España. Te pareció algo estúpido, banal. Te conté por qué le dije que pusiera puntos suspensivos, sabes que me gusta siempre dejar algo de duda en todo, pero siguió pareciéndote antirromántico. A mí antirromántico me parecen las prisas, los paseos forzados, las no-miradas, los taxis libres que mueres por ocupar, los silencios sin sentido y las despedidas huecas.
Tú volvías a irte, yo me quedaba en Madrid. Esperando.
Una tarde, a última hora, entraste en la tienda.

- ¿Tiene cambio? ¿Puede entregarle esto a su compañera?

Y ella me lo dió.


...¿Me condecería el honor de tomar un refresco con usted?...

*Con puntos suspensivos, muchos puntos suspensivos... Que dan lugar a la duda.