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4 de febrero de 2007

Mentir (me)

Subida a tu terraza me planteo si será una ilusión.
No me lo creo.
¿Yo miro y tú te escondes
hacia dentro cerrando aquel portón?

Fue la imaginación quién marcó a fuego en mi piel aquel instante; una luz fantasmagórica en medio de millones de gotas de agua que desgarraban Madrid en jirones de locura.
Sólo una imagen y decenas de colores que flotaban como hojas secas empujadas por el viento sin un sentido definido.

Estoy cansada de recrear aquello en mi mente, de falsear la realidad para perfilar sobre un espejo una sonrisa cuando me reflejo en él. Nada de eso ocurrió, no me subí a ninguna terraza porque en esta inmensa y monótona ciudad no existen; ¿o sí?
Miro hacia arriba y sólo encuentro edificios que se imponen en medio de un cielo que cada día está más lejos de mis pies; que no aguarda mi cabeza porque algo le arrebató ese poder tan preciado. ¿Qué me queda entonces? Ilusiones fabricadas de cosas imposibles.

Me miento cada día al asomarme al mundo y ver que se oculta a mis ojos; siempre quiero pensar que está demasiado ocupado para bajar y sentarse a mi lado a escuchar mis miedo, mis temores. Otras veces pinto en el aire una terraza para que nadie llegue hasta ella y subo infinitas escaleras hacia el cielo para alcanzarla pero nunca llego. Los pasos entre la ilusión y la realidad tienen un principio pero no un fín.

LLueve y las gotas deshacen cada dulce empeño que sale de mis poros, todas ellas intentan mentirme a cada paso que doy, quieren nublarme la vista con imágenes que amenazan los recuerdos que encerré en miquebradiza memoria. Quiero intentar espantarlas. Agito los brazos con violencia como si intentara escapar de millones de motas de polvo asesinas pero todo es en vano.

Las frías y grises gotas de lluvia me aplastan contra el suelo, acortando mis ansias de volar y desplegar mi batería de sueños y balas que usé para atacar vagabundas almas. Sólo le pido una cosa antes de acabar pisoteada en medio de las aceras de Madrid: quiero que la lluvia se lleve todo el color y el agua se convierta en regueros multicolor que alcancen cada esquina para vaciar el dolor tranformándolo en besos dulces que hagan desaperecer la amargura de quién jamás besó con pasión y cerrando los ojos para envolverse en su sabor. Que haga desaparecer esa luz que tienes dentro; pero sobre todo que se lleve mi imaginación a los confines del mundo; no la necesito más:

[ no tengo una terraza

para echarla a volar... ]

7 de enero de 2007

Historias Pasadas (II)

[Continución y final de: Historias Pasadas (I)]

Una lágrima se asomaba a sus verdes ojos cuando aquél abrazo llegó a su fin. El silencio se acomodó entre ambas mientras que fuera la lluvia repiqueteaba en los cristales; al menos algo irrumpía esa sensación de que todo estaba en el aire, flotando.

Ella se sentó en el sofá dejando reposar todos sus temores e inclinó su cabeza con un gesto de cansancio mientras que yo deambulaba por el desván. Me apoyé en la pared y la observé detenidamente. Un mechón de pelo caía por su frente y su mirada estaba perdida navegando en inmensos mares sin islas dónde naufragar. Quise inundarla de preguntas y de reproches pero había algo dentro de mí que soñó tanto con ese momento que no quise estropearlo. No. Más no.
Me sentí débil e insignificante mientras hacía un fugaz repaso de todas aquellas noches en las que abrazaba mi almohada imaginando que era ella; otras, me sentaba al borde de mi cama y hablaba con el aire que me rodeaba creyendo, ilusa de mí, que al abrir mi ventana mis palabras no quedarían volando sobre nuestras diminutas cabezas sin un rumbo fijo, sino que irían ágiles a parar en sus oídos mientras ella dormía.

Cada una andaba perdida en sus difusos pensamientos cuando se rompió el silencio.

- Gracias por venir... - dijo ella mientras levantaba la cabeza y clavaba sus grandes ojos en mí.

Tantos, tantos años sin oír su voz hicieron temblar todos esos cimientos sobre los cuáles construí mi mundo sin ella. La dulce melodía que salió de su boca me cautivó y me hechizó tanto que incluso cerré los ojos intentando repetir ese momento; pero de tanto usar durante años aquel artificio de imaginación y recreación absoluta, éste terminó por deteriorarse.
Ella esperaba ansiosa una respuesta por mi parte pero lo único que hice fue agitar la cabeza como signo de aprobación. ¡Maldito orgullo! Me maldije por no saber controlar esa arrogancia de la que tanto pecaba años atrás; me mordí el labio inferior para no girtar y sacar todo el odio que poco a poco me iba consumiendo entre llamas de rencor e ira.

- Sé que ya no soy nadie para robarte tu tiempo de esta forma tan... como diría... ¿absurda? Sí, eso es, absurda. - se levantó del sofá y sacó algo de su pantalón. - Parece mentira que tenga treinta y nueve años, y quiera seguir enfrascada en juegos de crías, ¿verdad?

El tono sarcástico de sus últimas palabras avivaron aún más las llamas que me roían por dentro sacando a la luz todos esos reproches que intenté esconder tras miles de murallas.

- Echaba de menos ese humor negro con el que impregnas las palabras incluso en las situaciones más... ¿absurdas decías, no? - Intenté morderme la lengua y retroceder unos pasos, pero fue inútil. - No me estás robando el tiempo, me lo estás regalando. Durante estos años lo único que hice fue malgastar mis energías en batallas sin sentido entre mi cabeza y... los recuerdos; los tuyos, los nuestros... Si quieres jugar, juguemos; no tengo nada mejor que hacer, ya he perdido veintiún años, no importa perder unas horas más.

La claridad que la pequeña lámpara daba al desván iluminó un poco su verde mirada y un brillo nostálgico empañó sus ojos. Su cuerpo estaba rígido intentando nos sucumbir a sus deseos de derrumbarse y caer rendida al suelo a suplicar cientos de perdones y disculpas; pero una mueca de dolor e inseguridad se dibujó en su cara cuando me tendió algo que antes había sacado de un bolsillo del pantalón.
Estiré mi brazo y cogí aquel papel que me tendía, no sin antes rozar tímidamente su aterciopelda piel. Una leve sacudida recorrió mi espalda y me hizo cambiar de posición en el sofá. Una foto. ¿Qué tenía de especial? Me resultaba familiar ese lugar, sí... removí por todos los rinconces de mi memoria intentando encontrar por algún lugar algo que encendiera una pequeña chispa para dar con un recuerdo olvidado. De repente quise creer que aquella foto me mostraba esa casa que antaño fue el origen de todos nuestros temores; pero habían pasado tantos años que, inmediatamente, borré ese deseo de mi mente.

- Veo que al menos tú pudiste olvidar momentos de nuestra niñez; yo sigo viviendo con ellos, y de vez en cuando de ellos... me dan aliento para mantenerme viva cada día.

- No, te equivocas. Sé perfectamente qué lugar es ese; la casa en la que por primera vez en mi vida sentí cómo el miedo corría por mis venas. - La dureza de mi última frase causó un leve terremoto entre ambas y ella giró bruscamente su cabeza con intención de reprenderme.

- Pues sigue en pie. Cuando me marché - palabra que inyectó de furia mis ojos - no supe en qué lugar ocultarme. Pensé en venir aquí, pero era demasiado arriesgado, sabía que el primer lugar dónde vendrías a buscarme sería este; demasidos recuerdos de las dos confinados entre estas cuatro paredes.

Creí notar cierta burla en sus palabras. En ese momento maldije todas esas tardes en las que ambas nos confundíamos con la otra, éramos tan iguales... y ahora tan distintas que no sabía si atacarla con dardos envenenados o apaciguar mi interior. Opté por lo primero.

- Claro, y tenías que marcharte justo el día de mi dieciocho cumpleaños, robarme mis ilusiones de encontrarte al otro lado y... ¿por qué no? Huir cómo una cobarde. - Mis ojos se ahogaron entre mis saladas lágrimas y la voz poco a poco se me iba entrecortando. - Y ahora apareces años después, interrumpiendo la paz con la que llevaba conviviendo más de dos décadas, ¿por qué ahora, dime, por qué?

Sus ojos estaban abiertos de par en par, parecía sorprendida por la fortaleza con la que pronuncié aquello.

- ¿Paz? Tendría que haberlo supuesto; el transcurso del tiempo pasa para todos... incluso para los corazones que antes eran jóvenes e inexpertos. Imagino que tantos años cambian a una, sí... no tenía esto entre mis planes.

- ¿Qué planes? - Un gran signo de interrogación se dibujó en mi cara.

- ¿De verdad quieres que te responda? Mírate, toda una mujer; casada imagino, con una preciosa casa en el centro de la ciudad condal, como siempre soñaste, con un buen trabajo, con un luz extraña en tus ojos, ¿de felicidad? Sí, no lo dudo.
Llevo observándote un tiempo, apenas llevo aquí unas semanas, pero no fue nada fácil dar contigo. Volví a este desván y lo encontré destartalado; como siempre estaba... la mesa, las estanterías, las sillas... todo lleno de polvo. Ni rastro de tí. - De repente se calló y aproveché para hablar.

- Siempre llegas tarde, ¿no lo ves? Volviste a mi vida hace una semana sin apenas avisar, tu cobardía llegó a tales límites que escapaste y corriste calle abajo para que no te viera; pero ya no soy una estúpida adolescente.

- ¿Sabes cómo te encontré? Esperé que cumplieras ese sueño de ser periodista y compré todos los periódicos en ese quiosco donde de pequeñas comprábamos golosinas. Leí artículos, columnas y ¡zas!; ahí estaba tu nombre firmando un artículo. Llamé a la redacción del periódico, pero nadie pudo facilitarme tu dirección. Sólo me quedaba una cosa por hacer, esperarte en la puerta de tu trabajo.

- Sí, cumplí ese sueño; comprenderás que después de que te fueras y me arrancaras de cuajo algunos de ellos intentara hacer realidad al menos ese. - No podía cambiar ese tono de voz acusador con el que pronunciaba cada frase.

- Sé perfectamente lo que estás pensando, aunque no seas una estúpida adolescente como antes dijiste, aún tus ojos hablan por tí. Quieres saber por qué me fuí, ¿no es eso? - Una sonrisa burlona se dibujó en la cara.

- Claro que quiero saberlo, por eso estoy aquí.

- Bien - Titubeó levemente, se apoyó en la mesa y comenzó - Tuve miedo, se que pude escoger cualquier día para marcharme de aquí y desaparecer de tu vida pero elegí ese. Veinte minutos antes de las doce de la noche de aquel día, estaba sentada en el rellano de tu puerta, sientiendo el calor que salía por debajo, tarareando al otro lado la música que estabas escuchando... Quise llamar al timbre, llenarte de besos y de abrazos, ser valiente y mirarte a los ojos y decirte todo aquello que guardaba tan secretamente dentro de mí y que tan siquera tú fuiste capaz de advertir. Pero no puede, se que si abría la boca irremediablemente te separarías de mí.

- ¿Por qué iba yo a separarme de tí? Me parece absurdo que llegaras a pensar eso... ¿de verdad te fuiste por eso? Sabes que jamás te hubiera dejado sola, ¡si eras toda mi vida! - Quise decir más cosas pero un susurro suyo me hizo callar de repente.

- Yo no te quería como alguien quiere a una amiga. Yo te amaba, ¿sabes lo que significa eso? Llevaba meses luchando contra deseos prohibidos, estaba confundida. El dolor me hizo incluso llorar lágrimas de sangre... ¡entiéndeme! No pude ser valiente, jamás lo fuí.

Se levantó de la mesa en la que estaba apoyada y me dió la espalda.

- Otra vez tarde. Vienes tarde, dices las cosas tarde... ¿acertarás algún día?, ¿me dirás o harás algo a tiempo? - Me quería, pero eso era hace años, y yo... yo seguía enamorada de ella. - Si no eres valiente, ¿por qué has vuelto? - Me arrepentí de formular esa pregunta así, tan a la ligera; temí escuchar de sus labios que ya no me amaba.

- Demasiadas preguntas. He vuelto a por tí, sé que es tarde, que tendrás una preciosa familia que te estará esperando en casa siempre; pero sabes que yo estoy sola en este mundo. Tan solo me quedas tú. - Se acercó y me cogió por la cintura delicadamente.

Nuestros cuerpos estaban rozándose y no supe si aquel era el momento adecuado para dar rienda suelta a mis pasiones.

- Te equivocas, nadie me espera en casa, ni un marido, ni un hijo: nadie. - Ahora o nunca, esta era mi oportunidad para renunciar a mi falso orgullo. - Durante años me embriagué con el dulce olor de varios hombres, rocé sus pieles hasta la extenuación, besé desesperadamente labios creyendo que eran los tuyos, reposé mi cabeza en el pecho de hombres que llegaron a amarme como una mujer completa. Les miré con deseo intentando aplacar mis sentimientos hacia tí, abracé con fuerza y me perdí entre brazos protectores.... gasté demasiadas noches en camas ajenas. - Respiré hondo. - ¿Ahora me entiendes? No tenías que haberte marchado... ¿Es tarde?

Sus ojos desbordaban una alegría inmensa y se llenaron de lágrimas que empañaban sus verdes ojos. ¿Cómo explicar lo que ambas sentíamos en esos minutos interminables?, ¿cómo repimir los deseos de fundirnos en un solo ser?

- Nunca es tarde. Perdóname. - Bajó la cabeza avergonzada, un tímido rubor tintó sus delicadas mejillas.

- No hay nada que perdonar; el tiempo pone cada cosa en su lugar, tan solo debemos recuperar el tiempo perdido, compartir esas noches de lluvia y de tormenta que tanto he anhelado estos años. - Me acerqué a ella, sostuve su cabeza entre mis manos y susurré algo a su oído: - Te quiero... gracias por devolverme la vida.

En ese momento ella selló mis labios con un tierno beso, todo lo que nos rodeaba comenzaba a girar a gran velocidad, cientos de mariposas anidaban por mi cuerpo. Quise que el mundo frenara y poder conservar ese instante en mi frágil memoria durante mucho, mucho tiempo.

FIN

22 de diciembre de 2006

Historias Pasadas (I)

Nunca supe que sabía a lo que había venido, hasta aquel lluvioso martes de febrero.
Desde siempre fuimos las típicas amigas inseparables; aquellas que compartían sus primeros secretos inconfesables y las miradas cómplices. Habíamos creado, incluso, códigos indescifrables de gestos, medias sonrisas y alguna que otra palabra para apartarnos aún más de ese mundo que nos acorralaba entre paredes de mediocridad.

Algunas veces, nos resguardábamos en nuestro escondrijo y, juntas, recordábamos momentos fugaces de nuestra lejana niñez; como cuando un día, tras las vacaciones de verano, saltamos la valla que rodeaba esa casa que tanto miedo nos producía. Aunque hoy me cuesta hacer eso presente en mi vida; recuerdo cómo las dos temblábamos como témpanos de hielo, cómo el sudor caía por nuestras frentes y cómo una repentina y violenta sensación de frío recorría todos los resquicios de nuestros frágiles cuerpos. Otras veces soñábamos con un mañana distinto a la gris rutina en la que nuestras vidas se habían convertido; incluso traspasábamos los límites permitidos guiadas por nuestra inmadurez e inconsciencia; aunque, lo cierto, es que jamás llegamos a sospechar una vida distinta de aquella por mucho que la odiáramos: nos unía algo invisible a los ojos de los demás, algo tan fuerte que ni siquiera vientiún años de ausencias, desplantes y orgullos habían podido romper.

Aún recuerdo vagamente, quizá por el rencor y la ira, ese día en el que ella no apareció tras mi puerta cuando apenas pasaban tres minutos de las doce de la noche y acababa de estrenar mis recién cumplidos dieciocho años. Tiempo atrás eso no me habría importado lo más mínimo puesto que ella siempre me guardaba inmensas sensaciones que me conmovían y me maravillaban, hasta el punto de hacer brillar mis oscuros y melancólicos ojos con un halo de luz antinatural. Pero esa noche ninguna chispa avivó mis esperanzas de encontrarla en el rellano de la escalera; permaneciendo con cautela al otro lado hasta que yo quedara presa entre los brazos de Morfeo. Nada más lejos de la realidad, me quedé dormida profundamente ajena al aluvión de sentimientos vacíos que me esperaban a la vuelta de la esquina.
No sé cómo fui capaz de levantarme de la cama a la mañana siguiente, había algo que me ataba a ella, que rehuía de ser visto por mis ojos. De súbito un cúmulo de sensaciones inundaron mi mente y poco a poco iban atravesando y calando hondo en mis huesos. Ella. Su ausencia martilleaba con fuerza en mis sienes. ¿Dónde estaba? Mientras me vestía, comencé a maldecir aquel mundo que ambas habíamos creado; un mundo singular en donde no cabía la presencia de una tercera persona, un espacio hueco que poco a poco fue llenándose de nuestros más íntimos deseos. Nunca volvimos la cabeza para ver la absoluta realidad que dejamos a nuestra espalda... y eso sé que me pasó la mayor factura que jamás he pagado; incluso me llevó a los extremos de la bancarrota.

Bajé las escaleras estrepitosamente sin rumbo fijo, tan solo quería respirar una gran bocanada de aire para así despejar por unos segundos todas mis dudas. Sólo había un lugar dónde podía dar con ella: aquel desván del antiguo casco viejo que tantas veces nos sirvió como escondite. Metí la llave en la oxidada cerradura y aquel armazón de podrida madera cedió acompañado de un fuerte chirrido. Una pequeña claridad iluminaba tímidamente la estancia y los restos de incienso quemado seguían emanando su dulce aroma. Mis ojos examinaron todos los rincones mientras mis pasos sonaban estridentes en medio de tanto silencio y dolor al ver que allí no estaba. Jamás sabría de ella. Dejé caer mi insignificante cuerpo en el sofá y una ráfaga de miedos y temores me envolvieron entre sus invisibles hilos. Desvié mi mirada al antiguo cassette que estaba encima de la mesa e imaginé las veces que en él sonaron canciones de Serrat, Sabina, Silvio o Enrique Urquijo... mientras las dos las tarareábamos. Aquello no serían más que recuerdos a los que hoy les quito la espesa capa de polvo que los ocultaba.

Me levanté del sofá, eché un rápido vistazo a todo y me marché mientras me armaba de valor para cruzar la frontera entre los dos mundos completamente sola. Aquellos dieciocho años no significaban para mí lo mismo que para las demás chicas; para mí eran el principio del fín.

Los días siguientes no fueron más que llantos escondidos que se convirtieron en un hábito adquirido con la práctica y sin apenas razonamiento; no tenía ya con quién huir a parajes perdidos.
Quise empezar desde cero mil veces pero me era imposible porque todas las tardes pasaba por delante de su casa y miraba fijamente desde un banco ese gran ventanal que aguardaba su habitación. Vacía. Tampoco estaba allí. Eso me motivó a creer que si empezaba de nuevo, nada me impediría hacerlo; y así lo hice. Rompí las compuertas que me tenían encerrada en mi propia prisión y supe que había nacido de nuevo, con más fuerzas que nunca. Cambié mis hábitos y no dejé que nunca más la dependencia hacia alguien volviera a mi vida para tomar las riendas de la misma y convertirse en su protagonista.

Cuando los años pasaron y todo parecía estar en calma, un día de tormenta alguien llamó a mi puerta. Extrañada por la hora, vacilé un poco antes de mirar por la mirilla. Al otro lado no había nadie, pero aún así abrí la puerta y bajo mis pies un sobre descansaba sobre el felpudo. Enseguida reconocí la letra después de tantos años, y me sentí tentada a correr hacia la calle; y así lo hice, en bata y zapatillas de andar por casa. Cuando llegué al portal, abrí bruscamente la puerta y dirigí mi mirada al callejón que tenía delante. Una figura enfundada en una larga gabardina negra corría por la acera de enfrente mientras que de vez en cuando echaba la mirada atrás. Me vió y aceleró aún más el paso mientras su silueta se perdía entre el tumulto del Paseo de Gracia.

Empapada hasta los huesos y tiritando de frío llegué a casa como si hubiera perdido la batalla más importante y decisiva del mundo. Me despojé de la ropa que se me pegaba al cuerpo con ansias de asfixiarme y me metí en la ducha; sientiendo cómo el calor y el vapor de agua abrían mis poros y liberaba ese frío que me carcomía por dentro.
Sentada y con una gruesa manta en los hombros me disponía a abrir el sobre cuando inesperadamente mis manos empezaron a temblar y cientos de mariposas revoloteaban dentro de mi estómago. Aquel era uno de esos momentos con los que había soñado cientos de veces, sola, sin ella, sin compartir cama con nadie; aunque dentro de mí, sabía que, estuviera dónde estuviese, esa unión invisible que nos unió hace años seguía estando intacta, o al menos eso quise creer. Despegué poco a poco la solapa que cerraba el sobre y saqué todo lo que había dentro: una carta y otro pequeño sobre; abrí éste y dentro encontré fotos, recortes de periódicos y versos de canciones que despertaron en mí recuerdos que yo misma quise que estuvieran aletargados de por vida.
Las lágrimas comenzaron a llenar mis ojos y nublaban mi vista durante breves instantes hasta que los cerraba con fuerza obligándolas a rozar mis mejillas y a que explotaran mientras caían sobre aquellos recuerdos. La nostalgia y la tristeza coincidieron esa noche, y aún más, cuando leí la carta; cuatro folios color sepia con frases perfectamente alineadas; sonreí hacia dentro al saber que seguía igual de meticulosa en su escritura. Explicaciones, encuentros, testimonios y disculpas hechas papel llenaban la carta; que se mezclaron a su vez con mis sentimientos de tristeza, odio y culpabilidad, resumidos en uno: el desasosiego al ver que no todo terminaba en un papel, sino en un lugar: el desván en el que veintiún años atrás fui en su busca y no hallé nadie tras la puerta. El encuentro sería el martes próximo.

La semana pasó lenta y mi mente viajaba cada minuto hacia otros lugares, preparaba frases que decir y reporches que ocultar. Dos días antes del encuentro me senté en un banco, el mismo en el que estuve cuando decidí empezar de nuevo, y levanté la vista hacia ese gran ventanal que, al menos antes, separaba su habitación del mundo exterior. Había luz y tras la cortina una sombra me miró desde las alturas. No distinguí bien su identidad pero el temor a que fuera ella me sacudió violentamente y corrí calle abajo.

Por fín llegó el día, estuve inquieta, nerviosa y apenas pude concentrarme en el trabajo por lo que me marché antes de la hora. Quedaba una hora y media para el encuentro y me di cuenta de que, aunque ya no era una niña, sino una mujer de treinta y nueve años, el sudor y el miedo hacían acto de presencia con la misma intensidad que el día en el que las dos cruzamos esa valla para entrar en la casa.

Titubeé cuando apenas diez pasos me separaban de la calle donde se encontraba el desván. No había ni un alma por la calle, la humedad me impedía respirar y la oscuridad y la lluvia se cernían sobre mi cabeza tratando de aplastarla. Quise darme la vuelta y no acudir a la cita, pero algo me arrastraba hacia aquel lugar como un potente imán. Empujé la puerta del portal suavemente, subí las viejas escaleras de piedra y me planté delante de esa puerta de madera que seguía igual de mohosa que años atrás. Intoduje la llave en la cerradura y un cosquilleo sacudió mi cuerpo; la empujé, crucé el umbral y allí estaba, de espaldas a mí; no hacía falta que se girase para darme cuenta de que estaba llorando, el movimiento a trompicones de sus hombros la delataba. La rodeé y me puse frente a ella. Apenas unas cuantas arrugas en su rostro revelaban el verdadero alcance y poder que el tiempo puede llegar a tener; aunque lo cierto es que esa esencia suya, que desde niña siempre tuvo, seguía ahí, intacta... sus ojos tenían el mismo brillo y su sonrisa llenaba ese desván con un halo de luz espectral.

Miradas encontradas y de nuevo, el uso de ese código indescifrable por muchos, rompieron la tensión que se palpaba en el ambiente.
Nos abrazamos y supe lo débiles que las personas llegamos a ser en ciertos momentos de nuestra vida; cómo necesitamos del otro para sentirnos completamente vivos. Antes de cruzar esa puerta nunca supe a lo que había ido a ese desván pero ahora se que fui a recuperar mis recuerdos y mi vida, porque yo morí a los dieciocho años y hasta ahora, he estado vagando entre el mundo de los vivos y el de los muertos.


Continuará...