No sé qué edad tiene. Ví sus manos arrugadas, las manchas marrones que coloreaban su piel y unas venas azul oscuro que parecían que iban a estallar encima de la caja de ese supermercado.
Y, enfrente, ella. Altiva, escondida tras su uniforme naranja chillón con cara de asco. Su vida está llena de penas, pienso, pero no tiene derecho a tratarla como lo hace.
Carmen, la imagino con ese nombre, tiene el pelo cardado, rubio oxigenado y más de setenta años sobre su cabeza. Le tiembla la mano derecha y apenas escucha lo que le dicen; algunas veces por su sordera parcial y otras porque no le da la gana de participar en el circo que es este mundo. Tiene los ojos vidriosos y una falda larga que cubre las varices de sus piernas.
Jaqueline, así decía la plaquita plateada que llevaba colgada del uniforme, es bajita, morena y tiene una mueca rara que dibuja un interrogante encima de la cabeza de quien la mira. Vive en otro planeta que desde luago no es el mío. No le gusta tratar a la gente y hoy Carmen se le ha puesto entre ceja y ceja.
Tomates, champú, lejía, papel higiénico... pasan por delante de esa máquina infernal que lee un código de barras y vomita pitidos estridentes.
- 23.79. ¡Señora, escuche!
- ¿Qué dices hija?
- Que son 23.79 euros.
- ¿Cómo?
Jaqueline aprienta las mandíbulas con fuerza.
- ¡Veintitrés-con-setenta-y-nueeeeeve!
Carmen desiste mientras las cajeras se ríen a su espalda. Saca cincuenta euros del monedero y empieza a contar la calderilla.
- ¿Quieres los 79 céntimos?
- Como vea.
Rebusca en su cartera. No sabe si eso es una moneda de diez o de veinte céntimos. Pone todas las monedas encima de la caja y su mano temblorosa las separa una a una para juntar los 79 céntimos. No ve tres en un burro... y necesito ayudarla.
- Ahí van 65 céntimos.
- ¿Y son?
- Pues a ver que miro... ¡79!
- No sé si tengo.
- Déjeme.
¿Cómo iba a saber qué moneda llevaba si en el monedero tiene botones, clips y pins?
- Aquí están, los 79 céntimos.
Carmen mete la compra en la bolsa y se da media vuelta con la cabeza agachada. Piensa que es un estorbo, una vieja sorda y medio ciega que es una traba para cualquiera. "Ya me queda poco" dice en silencio.
Per no es así. Dan igual sus arrugas, sus temblores, sus varices... importa esa sonrisa torcida cuando me dio las gracias. Esos ojos que por fin encontraron a alguien que le sostuvo no sólo el monedero, sino el día.
Cogí mi zumo de naranja, pagué los 1,42 euros y miré a Jaqueline. "Un poco de humanidad no le vendría mal" dije... a punto estuve de tirarle el zumo a la cara.
17 de junio de 2008
Suscribirse a:
Entradas (Atom)